25 octubre 2007

Extra extra!

Nos acaban de comunicar que este fin de semana visita la capital ni más ni menos que el mismísimo Duce en persona. Desde aquí queremos mandarle un rotundo mensaje de bienvenida: Duce, ti prometto che vinciremo!
Il Duce en un momento de relax durante el controvertido mitin que celebró recientemente en nuestro país.

Fuerza y Honor

Otra gran frase para simbolizar la memoria del recientemente fallecido Juan Antonio Cebrián, un gran profesional del periodismo cuya excelencia se pone de manifiesto en este estupendo artículo de Gonzalo Visedo, escrito en memoria de su muerte:
"Interrumpimos la emisión", por Gonzalo Visedo
Para el que no lo sepa, la Rosa de los Vientos es un círculo que tiene marcados alrededor los rumbos en los que se divide la circunferencia del horizonte. Su sola observación invita a viajar, o soñar con viajar, hacia ese horizonte, siguiendo la estela de algún barco, de aventureros pasados.
El sábado regresé a casa algo cansado tras una noche previa algo turbulenta, y tras tres semanas de no parar ni un minuto, así que mi única intención era tumbarme en la cama, pillar un libraco, encender el trasto de radio que heredé de mi anciana madre, y esperar para agarrar desprevenido a mi viejo amigo el sueño. Entonces dieron una noticia que me sobresaltó, me impresionó, me dejó mal cuerpo hasta el día de hoy.
La radio es y será, aparte de muchas cosas, un recurso para los insomnes de mi calaña, gente rarita que se tumba en la cama y no consigue cerrar un ojo; los libros, los cómics, las pelis, pero muy en especial la radio, son el sostén que evitan a uno sentirse el tipo más solitario del mundo cuando el resto duerme a pierna suelta. A veces es simplemente una melodía, o un runrún de fondo, que te hace coger el compás del sueño, pero otras veces, demasiadas seguramente, llega a hacerte olvidar ese padecimiento y se convierte en disfrute, por la simple magia que sale del transistor. La radio, en especial la radio nocturna, se inventó para hablar bajito, acurrucarse en la cama, soñar despierto. Siempre detesté la radio matinal, acompañada de desgracias, malas noticias y crispación, mientras en la noche uno podía imaginar: un pequeño estudio lleno de humo, un locutor con una lámpara, un guión, un micro, la magia de su voz mientras, afuera, el invierno y el frío acechan las calles solitarias; y volando por ese aire helado, historias que se despliegan por las ondas. Si no fuese por el cine, mi mundo sería la radio nocturna.
He escuchado todo tipo de programas nocturnos, de todo tipo de cadenas, desde las comerciales hasta las piratas, de los deportivos hasta los de confidencias, de los concursos hasta los de terror. Hace unos años, un buen amigo que se perdió por amor en un país lejano y exótico, me hablaba con pasión de “los Pasajes de la Historia”, unos relatos radiofónicos que narraban distintas épocas de la Historia, o de personajes que la poblaron. Este amigo se los bajaba de Internet (un avanzado) y los llevaba camino del trabajo, mientras otros iban al compás del mejor ritmo. No era un amigo que necesitase más cultura, porque siempre la tuvo, pero la voz del hombre que contaba esas historias, y la forma como lo hacía, le tenían subyugado. Ese hombre se llamaba Juan Antonio Cebrián, tenía un programa nocturno que se llama “La Rosa de los Vientos”, donde se habla de muchos y variados temas, entre ellos esos Pasajes de la Historia. Con semejante presentación, una rapaz nocturna como yo buscó con afán por el dial hasta que una noche, por fin, di caza del programa en la frecuencia de Onda Cero; entonces me convertí en esposo fiel.
Los pasajes eran pequeñas historias de veinte minutos contadas por este tipo de voz serena, cálida y cercana, que de memoria (según sus colaboradores), con una melodía de acompañamiento y algún efecto de sonido, te situaba de pronto en el Paso de las Termopilas luchando junto a Leónidas y sus 300, a la sombra de las flechas persas; o yéndote de putas, bebiendo y pintando junto a Toulouse Lautrec en el París Bohemio de mitad del XIX; o acompañando en su último delirio a Poe, acechado por los fantasmas a los que supo poner en verso mejor que nadie; o volar por última vez con el Barón Rojo, o conquistar junto al gran Alejandro más allá de los confines que nadie imaginó, o navegar con el cruel Barba Azul, o aguantar junto a William Wallace la embestida inglesa, o componer con Janis Joplin, ya muerta de tristeza, o descubrir las Montañas de la Luna, o sufrir el Holocausto, o pisar la Luna… Todas esas historias acudían a tu cama, no tenías que salir de ella, sólo imaginar que estabas a tiempo de embarcarte en el barco donde el timonel era la voz de Juan Antonio Cebrián, porque, como él mismo decía, de noche no se oye la radio, se escucha.
Los domingos a la una comenzaba esa música de cabecera, que no era otra que la de la película “El inglés que subió a la colina”, para anunciar varias horas del mejor entretenimiento, la mejor cultura. No había nada mejor para comenzar la puta semana que la tertulia de las 4C, donde Juan Antonio Cebrián, Jesús Callejo, Bruno Cardeñosa y Carlos Canales debatían apasionadamente sobre conspiraciones, ovnis, inventos científicos, cambio climático, misterios, o lo que se terciara. Luego venía el mencionado pasaje de la historia, para después dar paso al cine, donde José Antonio Escribano, uno de los mejores críticos que quedan por aquí, daba un repaso a los últimos estrenos; él y Cebrián podían adorar a Kaurismaki y sus rarezas, o la última de Michael Mann. También había tiempo para los comics (los sábados por la noche), donde Raúl Shogún, al que hace pocos días reconocí en una tienda de cómics por su voz, le contaba las últimas novedades a este hombre que no podía ver, de hecho, a pesar de esa limitación, parecía una especie de superhéroe capaz de conocer al detalle todo sobre Spiderman, Batman o Hulk, o bien la línea clara de Tintín, o las genialidades de Alan Moore o Frank Miller. Al final de la noche, cuando ya el sueño te daba igual, quedaba tiempo para la música donde repasaba del rock más alternativo a la rareza más peculiar; de Héroes del Silencio, Cranberries o Radiohead a alguna locura de baile hortera, pero sobre todo y por encima de todo, ensalzaba la música épica e intimista, propia del mejor cine, donde Lisa Gerard y su voz acompañaban al general romano que acariciaba el trigo recordando su casa antes de la batalla, cuyo lema era la frase favorita de Cebrián: ¡Fuerza y honor! Ése era el programa “La Rosa de los Vientos”, la que nos guió a muchos en las noches en blanco. El programa en español más descargado en internet a nivel mundial.
Cuando el pasado sábado dijeron por la radio que Juan Antonio Cebrián había muerto de un infarto, primero pensé que era una broma, porque este tipo de personajes nunca se pueden (deben) morir, a ellos no les puede pasar eso, ellos deberían estar siempre ahí, pero parece ser que no es verdad, al final todo es mentira, o todos mienten, que diría House. Y sientes que somos demasiado frágiles, sientes que no somos ná, que diría aquél, sientes que La Parca, cruel y caprichosa, no tiene reparos, ni escrúpulos, ni conciencia, ni agenda. Ya lo decía William Munny, el ex asesino de niños y mujeres, que sobrevivía criando cerdos en la eterna “Sin perdón”: “Cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tiene y todo lo que podía a tener”. A Juan Antonio Cebrián, con tan sólo 41 años, le han quitado un hijo pequeño, una mujer, 17 libros escritos, miles de oyentes y, por lo que dicen de él, múltiples amigos. A nosotros, a los noctámbulos, a los del otro lado, nos han quitado la mejor voz de la radio, pero sobre todo, nos han quitado todos los pasajes de la historia que nos quedaban por descubrir, aquellos con los que ya no podremos navegar de noche. A partir de hoy mis insomnios serán más tristes.
“Con vosotros, Juan Antonio Cebrián, más feliz que una lombriz”, ésa era su frase bienvenida y despedida cada noche.
In memoriam.
PD: para los que desconocíais a este tipo podéis bajaros sus pasajes de la historia en Internet, hay muchas páginas con más de 300 pasajes de la historia, pero los más interesantes los encontraréis http://www.juanantoniocebrian.com y en http://www.ondacero.es

Fuerza y honor.
Devolvemos la emisión.
Foto vía http://www.juanantoniocebrian.com/

La saga de los Jinetes

Como sabréis, esta sección tiene por objeto ofrecer grandes pensamientos mediante frases lapidarias que deberían ayudarnos a reflexionar, o no, sobre este complicado galimatías que es la vida. Nuestro más afamado colaborador es el Jinete de Cincinnati cuyas frases, todas originales, encierran gran misterio y sabiduría a partes iguales. Pues bien, a nuestro querido Jinete le ha salido un competidor, ni más ni menos que su primo, alias el Jinete Eléctrico (obsérvese el paralelismo entre Buenafuente y Berto), que, por si alguien se lo está preguntando, no es otra cosa que un jinete a pilas. Hoy, el Jinete Eléctrico, en su duro cabalgar a pilas por la vida, se estrena en Cajon Desastre invitándonos a reflexionar con esta frase:
“La infantería nunca NUNCA retrocede. Da media vuelta y sigue avanzando".
Gran estrategia sí señor, gracias y bienvenido Jinete Eléctrico. Esperamos nuevas y electrificantes colaboraciones y no te olvides de recargar la batería!

15 octubre 2007

Noticias Noticiosas

Próxima sede de Cajón Desastre.



Si queréis asistir a la fiesta de inauguración, sólo tenéis que mandar un email a mailto:cajoneradesastre@yahoo.com y os enviaremos una invitación personalizada con todos los detalles.

Zeitgeist, the Movie (2007)

Altamente recomendable, al igual que el artículo que viene a continuación, que hace referencia a este documental entre otras cosas. Atreveos con la película después de leer esta magnífica reseña de Yago Hernández "El Espíritu de los Tiempos ¿Moda, Tendencia o Permanencia?": http://elhorteradelcolmillo.blogspot.com/2007/10/el-espritu-de-los-tiempos-moda.html
Y antes de que os entre la pereza, echad un vistazo al documental "Zeitgeist the Movie": http://video.google.com/videoplay?docid=8883910961351786332&q=zeitgeist%2Bspanish&total=5&start=0&num=10&so=0&type=search&plindex=3

08 octubre 2007

El hippy se lleva el óscar

"Anda ya, si puedo pasar con cuatro! bah!"
Ni el mismo Einstein. Simplemente genial.
http://www.elconfidencial.com/cache/2007/10/08/0_replica.html
Alimentando la pluralidad que caracteriza a este vuestro Cajón de madera de chopo con talante (no había presupuesto para nogal, caoba ni roble), aquí tenéis el video provoka y malintencionado de los sociatas que originó la réplica de PePe, y que, aunque no tan sublime como el anterior, merece de un visionado a tres. Viva la República de Honduras.
http://www.elconfidencial.com/cache/2007/10/04/21_polemica_ciudadania.html

07 octubre 2007

Hasta la victoria

Esta semana se cumplen 40 años de la muerte de Ernesto Ché Guevara en La Higuera, Bolivia. Hoy su figura es problamente una de las más aclamadas, reivindicadas, vitoreadas, manoseadas o vituperadas (para muchos fue un simple mercenario) de la historia reciente. Sin embargo, si creemos a quienes han relatado su biografía, su heróica forma de morir haciendo frente a sus perseguidores con algunos de sus hombres mientras los que estaban en peores condiciones podían huir, merece que le sigamos recordando.
Indudablemente, la muerte del Ché en el campo de batalla es el mejor embajador de la figura de un hombre cuyo compromiso y entrega a sus ideales demostró activamente durante toda su vida. Hasta la victoria, Ernesto, siempre.

04 octubre 2007

Divissi

Desde Cajón Desastre queremos desearle mucha suerte a Divissi, un grupo novel que esperamos tenga su oportunidad en esta incierta selva africana. Y nosotros que lo veamos claro.

La Vida de los Otros, por O.B.A.

Florian Henckel von Donnersmarck, 2006
Hace ya mucho tiempo, tanto que parece que nunca hubiera sucedido, vivíamos en un país donde el Estado tenía el monopolio de la verdad y el cinismo y la opresión sofocaban con su sombra todo indicio de dignidad. Esa finca se llamaba República Democrática (!) Alemana o RDA. Nosotros, los miembros de la Stasi, su siniestra y omnisciente policía política, éramos la espada y el escudo del régimen. Debíamos saberlo todo, controlarlo todo, husmear cualquier atisbo de disidencia y reprimirla por cualquier medio necesario. Eran tiempos deshumanizados, tristes y grises, una muestra de las simas de la indecencia a que puede llegar el hombre en su persecución del hombre, pero era un trabajo que alguien tenía que hacer.
Llegamos a ser más de 90.000 y a tener unos 300.000 informantes, es decir, uno de cada cincuenta alemanes orientales colaboraba con nosotros. Éramos los fontaneros del régimen, peones de una maquinaria de manipulación e intimidación, cotidianos asesinos de la esperanza. Perseguíamos a los artistas, a los discrepantes, a los poetas, esos “ingenieros del alma” en palabras del hermano Stalin. Los sentimientos y la moral eran sepultados bajo el tonelaje de un sistema embrutecedor que, sin embargo, nunca cuestionamos. El talento y el ingenio eran puestos al servicio de la represión, y en esto alcanzamos cotas de sofisticación inimaginables.
Ahora, con la perspectiva de los años pasados, me planteo si todo aquel horror no era sino el reflejo de un vacío y una podredumbre internos. ¿Y si espiar, sabotear, amedrentar, secuestrar y matar estuviera mal? ¿Y si en el fondo todo lo que sentía era envidia, envidia de lo que otros poseían y yo nunca tendría? En la tierra del socialismo real, las dudas y las flaquezas eran zonas pestilentes, amenazas de grieta en el cuerpo de un sistema monolítico, y yo empecé a sentirlas después de años de metódica y ciega obediencia. La historia de este momento debería ser contada con el arma de una emoción callada y contenida pero profunda y progresiva. Enfrentado al tapiz sonoro de unas hermosas notas musicales, descubrí que podía llorar ante la brutalidad tanto del atropello como de la belleza, y ese fue el principio de mi fin como lacayo del Estado.
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín y, con él, todo un mundo llegó a su ocaso. Aun empleado del gobierno, trabajaba en las catacumbas del sórdido y aburrido departamento de espionaje epistolar, pero hacía mucho que era ajeno a la doctrina del régimen, a su intolerancia y su mesianismo, resignado a una vida gris como el cemento de aquel edificio oscuro, cuartel general de la Stasi, desde el que se manoseó el destino de todo un pueblo.
Mi nombre es Wiesler y soy cartero.

El Jinete en jornada ordinaria

"La vida es como un mando a distancia, cuantos más botones tocas, menos cosas ves"
"Empecé con 6 vasos de vino, seguí con 5, 4, 3 y 2. Ahora que voy con uno no recuerdo dónde vivo. Es raro, cuanto menos bebo más borracho estoy"
"Quiero terminar mi jornada ordinaria de 27 horas - día grande y noche corta - invitando a la ciudadanía a reflexionar sobre dos de mis cuitas: una, por qué suben tanto los tipos, y dos, por qué el coyote no coge al correcaminos".

Cartas desde Iwo Jima, por O.B.A.

Clint Eastwood, 2006
La ignorancia de los pueblos es una de las formas que tiene el pasado de perpetuar su horror. Pensaba en ello mientras leía recientemente los resultados de una encuesta, realizada en Estados Unidos, en la que se preguntaba a ciudadanos americanos por el número de caídos en la guerra de Vietnam. La mayor parte de ellos dio una cifra en torno a 60.000. Ataúd más ataúd menos, esa fue sólo la cantidad de soldados americanos muertos. Apenas ninguna mención al bando contrario, nada sobre el genocidio de facto que borró del mapa a más de dos millones de vietnamitas. Por ello es tan digno de encomio que Clint Eastwood, uno de los grandes del cine actual, haya cedido su voz y la rotundidad de medios del cine americano a la mirada de otro pueblo, al enemigo, algo que no pasaba en Hollywood desde que Oliver Stone hizo algo similar en su mística y antibelicista “El cielo y la tierra” (1993).
Ya desde su mismo título, “Cartas desde Iwo Jima” es un acercamiento intimista al modo en que los japoneses vivieron este episodio, una de las batallas más nombradas y sin embargo ignoradas de la Segunda Guerra Mundial. No hay espacio para la épica heroica ni para el despliegue pirotécnico tan típicos del cine bélico. Hay imágenes de fuerte contenido documental, hay blanco y negro despojado de artificios, hay sensibilidad y compasión en el retrato de unos tiempos despiadados, hay empatía hacia el miedo y la cobardía de unos soldados, no por militares carentes de humanidad, que son la metáfora de toda una época. La guerra, esa tragedia tan a menudo ensalzada por el cine, es aquí sólo el escenario de un teatro de emociones extremas y certezas rotas. A pie de trinchera, Eastwood nos muestra el fatalismo de un pueblo orgulloso decidido a inmolarse ante un titán invencible, pero también el lado humano de sus hijos, su fragilidad y su deserción. Esta desmitificación del kamikazismo nipón nos revela a los japoneses como algo más que frías máquinas de matar y de morir, nos los hace creíbles y pone en marcha nuestros mecanismos de identificación. La guerra, como la muerte, es una dama negra que iguala a los hombres, a los enemigos, hermanados en un destino trágico, y solo esta idea debería hacernos reflexionar obre la futilidad de tantos conflictos armados.
No seré yo quien caiga en la ingenuidad de pensar que el enfrentamiento es o debería ser algo ajeno al hombre, que la crueldad y la violencia no son rasgos tan humanos como lo puedan ser la bondad y la compasión, pero resulta esperanzador ser testigo de películas como esta, antídotos contra esta polarizada bomba de tiempo en que algunos personajes, maestros del poder y de la muerte, están intentando convertir el mundo en que vivimos.

Resistiré

Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando sienta miedo del silencio

Cuando cueste mantenerse en pie
Cuando se revelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Resistiré erguido frente a todo

Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie
Resistiré para seguir viviendo

Soportare los golpes
Y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré
Cuando el mundo pierda toda magia

Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no conozca ni mi voz
Cuando me amenace la locura

Cuando mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O si alguna vez me faltas tú
Resistiré erguido frente a todo

Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie
Resistiré para seguir viviendo
Soportare los golpes
Y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré
Dedicado a todos los lectores de Cajón Desastre