28 septiembre 2007
27 septiembre 2007
ICH BIN EIN BERLINER
Primera parada, Spandau, un nombre con instantáneos ecos de pasado. Aquí se alzaba la prisión en que varios jerarcas nazis fueron encarcelados tras el primero de los juicios de Nuremberg y donde el último de ellos, Rudolph Hess, pasó en soledad más de 20 años, hasta su suicidio en 1987 (su carcelero y sin embargo amigo escribió en 1974 un libro que, muy certeramente, tituló “El hombre más solitario del mundo”). Después, Spandau fue demolida para evitar que se convirtiera en un santuario, en lugar de peregrinaje para neonazis. Los suburbios se suceden dando la impresión de una urbe enorme, mayor de lo esperado. A lo lejos aparece la silueta del Bundestag (antes Reichstag), el edificio del parlamento con su gran cúpula de cristal diseñada por Norman Foster. Una cierta sensación de caos parece definir su trazado urbanístico.
Al
Continuamos con una visita imprescindible: el Museo Judío. Situado tras una fachada de corte clásico se encuentra el impresionante edificio diseñado por el arquitecto Daniel Libeskind, una construcción revestida en zinc que alberga 3.000 metros cuadrados de estupefacción, sorpresas y espanto. La historia del pueblo judío en la Germania de los dos últimos milenios. En el museo se puede leer que varias ciudades alemanas fueron fundadas por judíos ya desde el siglo VIII, años antes de que llegaran a estas tierras muchos de los arios cuyos descendientes, doce siglos después, intentarían exterminar a toda una raza que calificaban de extranjera. Es asombroso descubrir que las persecuciones y matanzas contra este pueblo se han sucedido desde tiempos inmemoriales, y que mentes tan preclaras y aparentemente sensatas como Kant aseguraban, ya en 1798, que los judíos “son los modernos vampiros de la sociedad” (sic).
Un nuevo buceo en el pasado reciente nos lleva a la impactante “Topografía del terror”, una exposición al aire libre situada en la ya desaparecida Prinz-Albrecht-
Llegamos al Tiergarten, el mayor parque de la ciudad (en cuyo mercado consigo, por fin, mi ansiada camiseta made in Berlin), cruzo Little Istambul, un barrio plagado de restaurantes y tiendas turcas, y alcanzo la East Side Gallery, el mayor pedazo de muro que se conserva (1’3 kilómetros ) c
El 26 de junio de 1963 el presidente Kennedy estuvo en Berlín. Fue aquí donde pronunció uno de sus discursos más recordados. Inflamado de concordia, se dirigió a las masas y proclamó su inmortal “Ich bin ein Berliner” (Yo soy berlinés). Berlín Oeste era entonces un símbolo del mundo libre frente a la opresión del comunismo que acababa de erigir la ignominia del Muro. Aunque las palabras de Kennedy no dejaban de ser una expresión más de la dialéctica de la Guerra Fría, su eco resuena ahora en nuestra memoria y nos invita a pensar que, por unos días, nos hemos sentido berlineses.
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